[LA OVEJA NEGRA] 15M, un giro de 360 grados
GERMÁN VALCÁRCEL | Para percibir el tufo terminal de Podemos solo hay que darse un paseo por las redes sociales y por sus medios afines, y leer los lamentos de los adoradores de mitos y del culto a la personalidad, y los lloriqueos victimistas de sus viudas por la pérdida del macho alfa.
Todavía siguen creyendo, angelitos, que el enemigo es el autoritarismo nacionalista y cavernícola de Vox, o esa imbécil compulsiva que responde al nombre de Isabel, como la católica, y su caterva de Cayetanos y Borjamaris ultra liberales y neofascistas. A esos los vemos venir, ya que no esconden sus intenciones de conservar su modelo de vida. Al contrario, hacen campaña electoral enviando sobres con bala, avisando de que están dispuestos a matar con tal de conservarla.
A estas alturas ya deberían saber que el peor enemigo ha sido, y sigue siendo, ese emboscado asesino en serie de los colectivos de la izquierda política y social de este país que seguirá haciendo su silente trabajo en la retaguardia de eso que se autodenomina izquierda.
Si las gentes que siguen en el entorno de Podemos no se han enterado que ha sido el cesarismo y narcisismo de Iglesias y sus afanes de pactar con ese contenedor de psicópatas políticos y de trepas clasemedianos denominado PSOE –esa forma parasitaria y extractivista de ejercer la representación política– que lleva casi cincuenta años destruyendo, corrompiendo y aniquilando cualquier partido político, organización renovadora o movimiento social autónomo que surja en ese ámbito que se denomina izquierda, es que la ceguera colectiva de los sectores podemitas es irreversible, o es que son tan hipócritas como ellos. Esos sí, se extrañan y escandalizan cuando las clases populares votan a la derecha, o se abstienen de votar.
Seguramente nuestra izquierdita progre no sabe –es lo que tiene vivir en la cálida burbuja clasemediana– que en los bares y restaurantes curran gentes –son millones en este país, si contamos a sus familias– que no son millonarios, ni empresarios, ni profesionales de la política, ni funcionarios, ni cargos de confianza, ni concejales, ni son miembros de ninguna red clientelar. La inmensa mayoría son camareros, lavaplatos, cocineros, pinches de cocina, la mayoría explotados y mal pagados o autónomos auto explotados que simplemente pretenden seguir viviendo de su trabajo.
A servidor no le sorprende lo ocurrido en las elecciones madrileñas, escrito quedó –disculpen la autocita– hace siete años, en una columna intitulada De la chaqueta de pana a la coleta que me granjeó, en aquellos tiempos, todo tipo de insultos y descalificaciones (no sabe bien cómo me alivió y agradecí su pública disculpa,. señor Suñén), por parte de la fanatizada y acrítica horda podemita, algunos de ellos situados, actualmente, en la órbita de Vox, cuyo párrafo final decía: “(…) Ese es el peligro de Podemos, que entre el Felipe González de la chaqueta de pana y el Pablo Iglesias de la coleta no haya más diferencias que las estéticas, consecuencia de los cuarenta años transcurridos y de los adelantos tecnológicos que en materia de comunicación política ha habido. Lo expuesto de la actual coyuntura, es que si la izquierda no es capaz de dar soluciones a los graves problemas que padecen las clases populares, estas pueden terminar dándole definitivamente la espalda. Otra decepción más empujaría a esas desesperadas clases populares a arrojarse en los brazos del fascismo o de cualquier oligarca populista (…).”
A diferencia de la izquierdita institucional, la derecha no engaña: Normaliza y disculpa la corrupción que es su materia prima, desprecia el bien común, legitima el individualismo y la mercantilización de todas las actividades y el culto fanático al consumismo, antepone la competitividad a la cooperación, desprecia al resto de especies y al planeta, ya que considera a la naturaleza como objeto de mercantilización y por lo tanto sujeto a explotación, defiende sin tapujos las desigualdades sociales, la caridad antes que la solidaridad, el supremacismo, el colonialismo, el culto al patriarcado, y considera un derecho básico, fundamental e inalienable, la propiedad privada. En definitiva, la pirámide social que sustenta la sociedad en la que vivimos. Seguramente la mayoría de progres se sienten plenamente y totalmente identificados con casi la totalidad esos valores.
A Iglesias, no ha sido tanto la brutal y repugnante campaña mediática quien le ha llenado de descrédito como su debacle ética, su narcisismo y sus incongruencias. No se puede sostener que combates el Régimen del 78 mientras formas parte de un gobierno con esos mercenarios sin escrúpulos que, escondidos bajo el buerrollismo, legislan leyes que sirven de grilletes a las clases populares, para entregarlas, atadas de pies y manos, a la explotación del capital.
Las elecciones de Madrid cierran un ciclo político que se inició el 15M hace una década y finaliza como empezó, con un férreo bipartidismo
El desprestigio de Podemos y de su caudillo comenzó cuando fagocitaron y transformaron un movimiento social horizontal y asambleario en una organización vertical, burocrática y cesarista, y se agudizó al coaligarse y blanquear –¿ no habíamos quedado en que nos no representaban?– a quienes han reventado y corrompido el movimiento sindical y vecinal, a los que compran, para manipular y silenciar, mediante subvenciones, a los oenegeros ambientalistas o asistencialistas, o destruyen lo que de revolucionario y renovador tenía el potente movimiento feminista, con el único fin de seguir escalando en esa pirámide social y económica que la derecha ha ido construyendo con esmero desde los tiempos de Viriato.
El problema al que nos enfrentamos no es la derecha, sino el PSOE y sus pancistas, muro y centinelas del sistema organizativo y del marco legal dominante. Mientras no se derribe ese muro y al cancerbero que lo protege, los de abajo, los marginados, los humillados y explotados por el sistema no tendrán posibilidad alguna.
No ha sido la confrontación político-ideológica y cultural con la derecha la que ha convertido a las clases populares en espectros sumisos que agachan la cabeza sin protestar ante los abusos del poder, a cambio de una barriga llena de comida basura, un miserable trabajo sin derechos y una cañita de cerveza a la salida del mismo. Margaret Thatcher lo explicitó perfectamente: mi mayor triunfo político es el programa electoral del laborista Tony Blair; en nuestro país, sus babosos correligionarios le han pasado ampliamente por la derecha.
El PSOE es el encargado de reinsertar cualquier pensamiento contestatarío despolitizándolo, cretinizándolo y derivándolo hacia posturas estrechamente reformistas o abiertamente conservadoras, convirtiéndolo en apto para el consumo en el mercado político electoral, conforme a los estándares establecidos. Su pactismo y su supuesto pacifismo no son más que privilegios de clase. El despotismo, autoritarismo y brutalidad con que ejercen su papel institucional y el uso que hacen de las instituciones, incluyendo los cuerpos represivos, no son para ellos violencia.
Las elecciones de Madrid cierran un ciclo político que se inició el 15 de mayo de hace una década y finaliza como empezó, con un férreo bipartidismo. Podemos no fracasó, cumplió su cometido: vaciar las calles, apaciguar la revuelta, restaurar el orden y enviar al escepticismo apolítico y paralizante a amplios sectores populares para que no vuelvan a molestar.
El trabajo bien hecho tiene premio, más temprano que tarde el cartel electoral de la izquierda progre llevará la cara de una nueva rata, con rostro aniñado y un relato repleto de sentido común clasemediano. Qué descorazonador es constatar que hay, todavía, tantas gentes que creen que delegando en el parlamentarismo liberal está la solución a los problemas que nos asolan y al colapso sistémico ya en marcha.
Ya nos lo dijo Giuseppe Tomasi de Lampedusa en su célebre novela El Gatopardo: “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. En eso convirtieron el 15M, en gatopardismo.