[ENTRE LA CIUDAD DEL DÓLAR Y LA CIUDAD DE LA ENERGÍA] Lemaur
LUIS CEREZALES | Me han obligado a caminar diariamente, y me he obligado a hacerlo con más convencimiento que ganas ya que para mí caminar por caminar es como masticar sin saborear. Por eso trato de incorporar a los paseos un marco paisajístico de interés que, además del refuerzo muscular, aporte hallazgos visuales interesantes o emociones que permanecen indelebles en esos escenarios.
La pasada semana troteé la formidable Dehesa de Navalcarbón en el Municipio madrileño de Las Rozas en lo que fue todo un recorrido por las huellas históricas que se acumulan en sus bien conservadas 120 hectáreas. No es frecuente que en un medio totalmente rústico, a la vez que asediado por autovías y sucesivos ensanches urbanos, se atesore tal profusión de vestigios y señales del pasado, entre ellos uno que nos conecta con un personaje fascinante y tristemente olvidado en el Bierzo.
La única vía asfaltada que cruza la dehesa de sur a norte se llama Calle Samuel Bronston, en recuerdo y homenaje del productor norteamericano de origen ruso, al parecer sobrino de León Trosky, que hizo de España un plató de grandes superproducciones cinematográficas. Y fue en esa Dehesa de Navalcarbón y su extensión a la campa de Las Matas donde permanecieron en pie durante muchos años los considerados mayores decorados exteriores del mundo.
Los que en esos años sesenta e incluso bien entrados los setenta del pasado siglo, circulamos por la A-VI contemplamos las grandiosas recreaciones de la Roma Imperial antes de su inminente caída, y al Pekín del año 1900 durante el alzamiento ultranacionalista de los Boxers con su acoso a las embajadas de las potencias extranjeras. La perfección y calidad de aquellos decorados marcaron un hito jamás superado.
En esas superproducciones Bronston llevó a ese paraje, entre otros, a Robert Ryan, Charlton Heston, Ava Gardner, David Niven, Stephen Boyd, Sofía Loren, John Wayne, Rita Hayworth o Claudia Cardinale; hoy esa calle de la Dehesa de Navalcarbón nos recuerda a Bronston que puso antes que nadie al cine producido en España en las pantallas de todo el mundo.
La Guerra Civil también ha dejado sus huelas tangibles en la profusión de fortines y bunkers que, bien como lugares de observación o nidos de ametralladores, permanecen todavía en distintos grados de conservación y, sobre todo, magníficamente documentados y explicados en los paneles informativos del Ayuntamiento de Las Rozas. Y es que estos parajes eran lugares críticos, con las tropas de Franco controlando el núcleo urbano, y en sus inmediaciones los últimos baluartes de la resistencia republicana tratando de impedir el acceso de los sublevados a Madrid por la Ciudad Universitaria.
He dejado deliberadamente para finalizar la mejor sorpresa que guarda la inigualable y modélica Dehesa de Navalcarbón; una sorpresa con un protagonista carismático, Carlos Lemaur, cuyas andanzas dieciochescas lo colocaron en multitud de escenarios y entre ellos de manera destacada en Las Rozas y en el Bierzo. Lemaur era un ingeniero militar francés que se incorpora a la administración española en tiempos de la ilustración con Fernando VI y tiene su principal fulgor en el reinado de Carlos III.
El Municipio de Las Rozas es el único escenario con vestigios visitables de una gesta de Lemaur que hubiera merecido como mínimo una fastuosa superproducción de Bronston. No hubiera desmerecido, ni épica ni argumentalmente, de la aventura de Fermín Fizcarraldo, magníficamente filmada por Werner Herzog, cuyo empeño era comunicar fluvialmente dos cuencas tributarias del alto Amazonas. Bien, pues el proyecto de Lemaur era, ni más ni menos, que unir con navegación fluvial La Corte (Madrid) con Sevilla y el Océano Atlántico desde el Rio Guadarrama en Las Rozas en un recorrido de 670 Km. y salvando un desnivel de 700m.
En realidad el muelle de partida era Madrid en el Manzanares, pero este nunca ha sido otra cosa que un aprendiz de rio por su escaso caudal y a tal carencia puso solución la genialidad de Lemaur. Le aportaría aguas del Rio Guadarrama en las que eran las obras más importantes del proyecto; el resto como las esclusas del ascenso del Tajo a la Meseta Sur y el paso al valle del Guadalquivir no revestían mayores dificultades para las técnicas hidráulicas de la época. Hoy día aún puede contemplarse la Presa parcialmente derruida del Gasco en ese paraje roceño y un tramo del Canal de Guadarrama en la Dehesa de Navalcarbón.
La historia acabó mal y sin terminar como acaban muchas de las grandes ensoñaciones en su encuentro con la realidad, sin que por ello la validez de sus planteamientos sea cuestionable. Lemaur se había suicidado y sus hijos, todos ingenieros, que dirigían la construcción vieron cómo, antes de finalizarla, una gran tormenta derruyó parcialmente el muro de la que era la presa más alta del mundo con 92 metros en el año 1798, lo que conllevó el abandono definitivo del proyecto.
Sirva este recordatorio para centrar a un personaje que entre los bercianos debería ser más conocido y reivindicado. Lemaur como todos los ingenieros que tienen el privilegiado don del ingenio, una virtud que escasea en ese oficio de mentes cuadriculadas, denotó su infinito talento con una ingente producción académica y en un catálogo de proyectos y realizaciones apabullante.
Participó en el desarrollo del Canal de Castilla con sonoras discrepancias con Ulloa; proyectó nuevos pueblos en las repoblaciones de Olavide en Sierra Morena, concretamente se le adjudica el trazado urbanístico de la Carolina; diseñó el Palacio de Raxoi en la Plaza Santiaguesa del Obradorio; es el autor de la actual fachada de la catedral de Lugo y del primitivo puente, aún en uso, de Cruzul en las inmediaciones de Becerreá; fue un adelantado de la nueva disciplina de la arqueología al consolidar el trazado de la Vía de Antonino entre Astorga y Betanzos, incluso es suyo el puente del Rio Sil que, entre Congosto y Cubillos, aparece en el fondo del embalse de Bárcena cuando se vacía por desembalse.
Y es ahí, en la construcción del Camino Real a Galicia, cuando Carlos Lemaur se incorpora a la historia del Bierzo con dos descubrimientos e iniciativas propias de un pionero: el hallazgo de los criaderos de carbón mineral y hierro con la puesta en marcha de su minería y la construcción de una serie de ferrerías. Manuel Pastor Olano ha estudiado a fondo la figura de Carlos Lemaur y ha escrito un documentado libro “El Ingeniero Carlos Lemaur en El Bierzo (1764-1778)” que relata la presencia y hechos del militar ilustrado en nuestra tierra y que merece el aplauso de los bercianos por acercarnos al personaje
Los años en que Lemaur puso en marcha las minas de carbón y hierro y construyo las ferrerías coincidían con los inicios de la primera revolución industrial en Inglaterra que coronarían al carbón mineral como el combustible que reinaría en los siguientes 150 años. En cambio no tuvo opción de conectar con los nuevos tiempos del acero siderúrgico y el maquinismo, pues la ignorancia secular y las acusaciones interesadas con derivaciones judiciales dieron al traste con un proyecto que hubiera traído al Bierzo innovación y progreso en fechas muy tempranas.
Anda que no llevamos años con la matraca de Julio Lazúrtegui y su Nueva Vizcaya en el Bierzo, sin reparar en que quince décadas antes Carlos Lemaur ya había encontrado los yacimientos e iniciado las actividades productivas; las mismas que como precedentes argumentales pueden adornar al vasco con cualquier condición menos la de visionario. En cambio este goza del honor póstumo de ser un personaje precursor y mítico en las tierras bercianas refrendado, incluso, con su nombre que identifica a la Plaza que es el centro neurálgico de Ponferrada.
En esta tierra donde, a poco que calentemos, hacemos doctores honoris causa a astronautas que todavía no han navegado por el cosmos, es frecuente que meemos fuera del tiesto tanto por pasarnos como por no llegar. Con Carlos Lemaur la injusticia histórica es palmaria, pues 250 años después de su estancia entre nuestros antepasados ni siquiera tiene una triste calle con su nombre en el Bierzo. Es de esperar que el magnífico ejemplo de Las Rozas nos sirva de enseñanza. Mientras tanto yo a lo que me toca que es caminar.