[CONTINENTES VACÍOS] Fuego en Valtuille
MATEO ORALLO REGO | Es de noche y para los de la ciudad un cielo tan estrellado es una extrañeza más sobre las calles de Valtuille. Hace frío y, bajo ropas y ropajes, una multitud de suyo heterogénea y anárquica pasea. Se paran en las casas. Allí se sirven de vino. Sacan de las bodegas lo que extraen de la viña y lo reparten generosamente por entre la cabalgata de máscaras y faragallos, de cuya mano también viene (aunque este no cate el mencía) algún Batman menudo —las nuevas generaciones deben poder hacer valer su manera de disfrutar el entroido.
La bandina anima el cotarro y, en sus descansos, por ahí o por ahí los propios miembros de la peculiar comitiva se sueltan a entonar las canciones que tiemblan cuerdas vocales de antaño, las cuales acompañan el pulso del pálpito telúrico de la membrana del pandero y el flujo irresistible que resbala desde sus metálicas sonajas. Y se baila, claro que se baila; descubriendo una vez más que la verdad de la música es la danza.
Es el entroido, la expresión dionisíaca que rebufa en las calles del pueblo; el desbordamiento de todas las categorías previo a los 40 días de constricción y restricciones; y está dirigido, cómo no, por un arquetipo de paisano ancestral encarnado en el cuerpo de un veinteañero que va disfrazado de arzobispo.
Luego viene el juicio y el fuego. Tras transitar Valtuille con la nada secreta misión de embarullar, una vez más, un poco más, lo rural, la corte se reúne en el patio de la Cantina, convertido durante otra velada pagana en el epicentro de la fiesta del Bierzo. Un enorme muñeco antropomorfo espera el juicio. La sentencia será ‘lume’ pero se hace esperar porque antes han de pasar los alegatos por el altavoz del micro. Las reivindicaciones resuenan: el apego a la tierra pide soluciones para una comarca que se vacía de oportunidades y que demográficamente se reseca. Asimismo, en clave más personal, se pide que el año que viene repitamos goce, para volver a estar juntos.
La sentencia es la esperada y finalmente arde: arde el muñeco, arde. Arde el entroido; Valtuille arde, crepita. Se alza en el aire la lume que ilumina y purifica; lume que parece que viene de las entrañas de la tierra, acompañada de la memoria de los tatarabuelos, que celebraron de ese modo sus carnavales y cuyas vetustas maneras son vestidas de nuevo en torno a este fuego por un grupo de jóvenes que ha decidido no rendir el Bierzo a los designios de quienes ya no quieren quererlo.
Una vez más, un año más, los chicos y chicas de El Filandón han puesto ante los ojos un ritual para nuestra comunión, celebrando la mascarada de la vida alegre que se diluye en la fiesta que impulsan los mozos del pueblo. Han erigido sobre el terruño el tótem que precisábamos calcinar tras desgañitarnos y dispersarnos y bailar en torno suyo. Nos han devuelto el entroido y nos han arrojado al entroido; para pasarlo bien una noche, sí; y para recordarnos también que las mejores cosas pasan y que las cosas pasan a mejor arrimando el hombro, estando juntos.