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El poeta en la taberna (y V)

Y ahora que el orgulloso
ha cerrado la puerta tras su ira
(y no se ve a menudo
salir de esta taberna
a un aprendiz de dios) y que me basta
con lo que me habéis dado (y este poco
que me quedó de anoche), permitidme
que descanse por hoy.

A la victoria (V)

Un poeta precisas
que sea semejante
a la cera, algo blando
en tus manos y fuerte
en tus fines, virtudes
ambas muy envidiables,
por cierto, y que la buena
de mi casera quiere
también para su mulo,
pero que no poseo.

A la victoria (IV)

Pocos de los que suelen
escribir con estilo
directo y llano harían
parecer tu corona
merecida, y ninguno,
ni los grandes maestros
del pasado que alcanzan
al más alto en altura,
daría alcance a tu nueva
majestad; es más digno
de amigo someterse
a tu cólera.

A la victoria (III)

Deja de repetirme
que Nicias, el divino,
o Regio, aceptarían
y escúchame: tu encargo
no es ninguna bicoca.

A la victoria (II)

Soy viejo y no me place
cantar sino a los muertos
que no tienen codicia
y a los vivos que sufren
su tiempo con honor.

A la victoria (I)

Me pides que, por nuestra,
a la victoria cante
futura en versos clásicos
que inspiren confianza
a nuestros corazones.