[CONTINENTES VACIOS] De ascensos
MATEO ORALLO REGO | En fechas recientes, han finalizado las eliminatorias de ascenso, los llamados play-offs, de las distintas categorías de fútbol. Bien lo sabemos en Ponferrada, donde a punto hemos estado de sentir la ciudad inundada por el embriago de una alegría que este año ha decidido hacerse esperar. Pero bueno, paciencia, ya saben: como dice esa meme que circula últimamente por el internet: «si fuera fácil, se llamaría pádel».
No todos los años, pero sí éste, en este periodo tras los ascensos y descensos, surge a veces el debate del papel de los equipos filiales en las competiciones oficiales de fútbol. Dicho debate, esta vez, no se ha escuchado especialmente en Ponferrada, donde la eliminación del equipo local a manos del Andorra no ha llevado a nadie a revolcarse en ese fango para aliviar los picores del verano; pero sí, por ejemplo, tras la eliminación del Nástic por el Sanse, se ha oído algo en Tarragona, donde el periodismo puerco han entonado ya los inevitables gruñidos propios del mal perdedor. Ya se sabe: en el fútbol, los filiales son como el olor corporal, solo molesta el del de al lado. Quiero decir: nadie en Tarragona está pidiendo sacrificar a su filial para así al menos guardar la honra tras haber perdido su principal barco, sino que resienten de otras cosas, a saber: del trabajo de los demás.
Son el resultado, los filiales, de una forma de organización, un sistema-fútbol basado en clubes, sistema, el cual, algún día, como todo, desaparecerá. Es previsible que desaparecerá o, al menos, que no va a verse reforzado por las dinámicas sociales ni apoyado por la opinión pública. Los clubes (clásicos) son grandes estructuras no desterritorializables que es difícil pensar que puedan mantenerse a flote, o al menos tan grandes, en una sociedad crecientemente líquida donde todo tiende a sobrevivir a base de amoldarse a la liviana homogeneidad y aparente transparencia del dinero.
No digamos un club del peso de la Real Sociedad, que tiene además escuadra femenina en primera y secciones en otros deportes (la más conocida, de atletismo) y que, en particular en balompié, es el motor del fútbol base de toda la provincia de Guipúzkoa. Hasta ocho jóvenes de esa sola provincia fueron titulares en la eliminatoria que dio ascenso al ‘Sanse’ el pasado domingo a la segunda división. El equipo es el resultado de una labor de años de cantera, de planificación, de gestión, de proyección, de evolución, de adaptación… con un éxito con no muchos ejemplos equiparables en la geografía futbolística española.
Y claro: es comprensible dolerse de tener que entrar en competencia contra un criadero cuando sus potrillos son los más rápidos de todos. Ahora bien: no digamos que eso pervierte el funcionamiento del sistema-fútbol basado en clubes y canteras que repercuten positivamente en el conjunto de su localidad o su provincia, más bien reconozcamos el trabajo bien hecho.
Pero bueno: es comprensible el lamento de los de Tarragona, que echen la ‘chorada’, su enfado. Lo que resulta mucho más sibilino y mordaz es cómo pasa de puntillas el ascenso en estas mismas fechas no de un filial sino de su némesis, organizativamente hablando. Que un club comprado por un millonario que convenció a sus amiguetes millonarios en un par de cenas y whatsapps para adquirir un equipo en un paraíso fiscal e inyectarle capital hasta ascenderlo a primera división (llegarán) y recuperar la inversión es algo que para la opinión pública parece no merecer ninguna reflexión. Ni ningún lamento sobre cómo con eso se puede viciar el sistema-fútbol. O cómo eso no repercute positivamente ni en las localidades, ni en sus provincias, ni en el deporte base ni en secciones de otros deportes que pudiera tener ese equipo, esa franquicia, esa inversión, que mañana puede irse a otro lado.
De los dos equipos que ascendieron a segunda el pasado fin de semana (uno, resultado de décadas de trabajo en la cantera y de fomento del deporte base en toda una provincia; el otro, una inversión millonaria en un paraíso fiscal) solo se pone en cuestión el modelo organizativo del primero. Eso es lo que nos propone pensar la opinión pública a esta nación de castos libreprensadores. Pero sí: luego los manipulados son los adolescentes que se creen las chorradas que les cuenta un tipo sentado en una silla de piloto de avión que hace videos en youtube.