[TRIBUNA] La vieja bodega
BOUZA POL | Con el mazo de madera y una llave de metal, mi padre desvirga cubas con un amor celestial. Cuando le mete la llave, la cuba empieza a sangrar un vino puro y sencillo, ambrosía celestial. Y el humilde bodeguero, en un vaso de cristal lo recoge con esmero, lo huele con ansiedad, lo eleva hasta los cielos, mira lo claro que está. Y luego lo va probando, lo agita en el paladar, y queda tan satisfecho que se le puede notar la alegría en la cara y en la forma de mirar. Yo, que sólo soy un niño de corta edad, asisto al alumbramiento y el vino me da a probar. Luego cuelga la bandera atada en el corredor, un trapo blanco y cuadrado que anuncia con esplendor que hay vino nuevo a la venta, al detall y al por mayor. Cuando el vino es clarete pone una rama de olivo encima de la bandera, cuando el vino es vino tinto una rama de laurel que anuncia la buena nueva.
En La Diosa del Cúa rindo homenaje a la viña y sus trabajos, al vino. Greta Prado, personaje principal, es prestigiosa enóloga que trabaja en Bodega Imperial de Ribera del Duero, y sueña con volver al Bierzo, a Cacabelos, su adorada tierra. Ella sabe bien que el vino tinto es más saludable que el rosado o clarete, y mucho más que el blanco y el espumoso, pues, además de ser distinta la elaboración, contiene y lleva menos sulfuroso (metabisulfito).
En el año 1942, en Villafranca, un podador de viñas ganaba de jornal 10 pesetas al día. Y un cántaro (16 litros) de vino bueno costaba 36 pesetas. En El Bierzo Bajo el vino a granel se medía así: Un cuartillo o cuarto de litro; un medio litro; un litro; una cañada o cuatro litros; un cántaro o dieciséis litros; un miedro o doce cántaros o ciento noventa y dos litros.
A veces es placer y otras es martirio remover viejos papeles, fotos, recuerdos. Las viejas escrituras de propiedad me emocionan, y de manera especial una del 25 agosto de 1868 que está maravillosamente redactada. En ella consta la compra de una viña por la cantidad de 100 escudos, equivalente a 250 pesetas.
Dos meses después, el 19-10-1868, nacería la peseta, la nueva moneda creada por el Gobierno Provisional tras el derrocamiento de Isabel II. Entonces, España entró en la Unión Monetaria Latina. El tipo de interés entre los particulares era del 18%.
Me siguen encantando las viejas viñas, las tradicionales, de siempre, en sistema de vaso, de gavias abiertas, con cepas lanzando sus pulgares a todos los puntos cardinales, a todos los soles, a todas las lluvias, a todos los vientos.
Las viñas nuevas, plantadas en espaldera, con postes y alambres, formando largas calles cerradas, no son tan bonitas.
En la bodega había siete grandes cubas, unos cuantos cubetos, un centenar de garrafones, y un gran tino de cemento-hormigón armado hecho por el maestro albañil Benigno Gabelas al comienzo del pasado siglo veinte. Las cubas se lavaban metiéndonos dentro, utilizando cepillo de raíces, escobo de urces, y mucha agua. Se ensebaban bien las junturas, especialmente las de las lunas, para que no hubiera pérdidas, y se les ponía el tapón de corcho por dentro para que la presión del vino lo empujara para fuera y cerrará bien.
Luego, pasado el tiempo suficiente, se le ponía la llave desde fuera, golpeándola con un mazo de madera, de tal manera que iba entrando la llave contra el corcho y ocupando su lugar. Y todo con precisión total, para que no hubiera ninguna fuga hasta que se vendieran todos los cántaros de buen vino que albergaba. Con anterioridad a esta operación ya se había tapado la boca de la cuba con una losa de pizarra sujetada con yeso que cerraba herméticamente para que no hubiera ni quedara aire en su interior. Los que entrábamos en su seno cantábamos con mucho gusto.
Mis abuelos y mis padres vivieron de las viñas. Nuestro vino era muy especial, demasiado bueno para aquellos tiempos en los que se valoraba más la cantidad que la calidad. Mi abuelo apenas fumigaba las cepas, le encantaba la agricultura natural, sin venenos,
hoy conocida como ecológica. Siempre hablaba con entusiasmo de los «bichitos buenos» que se comían a los «bichos malos», los pulgones. Era capaz de estar mucho tiempo contemplando con satisfacción como las mariquitas limpiaban las hojas y los brotes tiernos de las cepas, eran los «coquines de Dios», rojos con lunares negros, que cuentan nuestros dedos y se marchan con Dios.
Coherente y valiente es el gran enólogo Ricardo Pérez Palacios de la famosa bodega Descendientes de J. Palacios, afincada en Corullón, que ha dicho: «Descendientes de J. Palacios renuncia al premio de León Noticias y el Bierzo Noticias por estar patrocinado por Vorantin-Cosmos. Quería dar las gracias a León Noticias y el Bierzo Noticias por considerar que somos merecedores de recibir este premio. También quiero pedirles perdón, ya que no puedo aceptar un premio patrocinado por Cosmos, la cementera convertida en incineradora de residuos peligrosos. Vienen desarrollando además una campaña de lavado de imagen que les ha llevado a patrocinar incluso a la Asociación Berciana Contra el Cáncer. Basta ya de empresas contaminantes, basta de macroproyectos energéticos que no dejan ningún valor en la comarca. Nosotros no permitimos que instrumentalicen nuestro nombre en su beneficio».
Nunca me han gustado las bebidas alcohólicas, y cuando me llamaban los organizadores de juegos florales pocas veces me convencieron. Algunos no entendieron mi moderada vida, austera, dedicada enteramente a la familia. Soy individualista, me gusta mantener la independencia y no era de mi apetencia entrar en una rueda de compromisos, en el círculo «vicioso» de ir por ahí confraternizando.
He participado en algunos actos, pero mi falta de afán de protagonismo lo he disfrutado tanto que ni siquiera me tomé la molestia de presentar mis libros en Villafranca.
En las viñas, en la bodega, en las huertas, en los sotos, cuando era niño, adolescente, joven, aprendí mucho escuchando a las personas mayores. Ahora me acuerdo del señor Cipriano Bermúdez, un buen confitero, que allá por los años 62-63 del pasado siglo visitaba la bodega. Entonces disfruté su bonhomía, simpatía, sabiduría. Ya era muy mayor, seguramente rondase los noventa, pulcro en el vestir y muy educado en el hablar, en los ademanes. Su pelo y su gran bigote eran completamente blancos, y siempre llevaba, muy bien puesta, una gorra madrileña, Parpusa, propia del chulapo, del Pichi, que le daba un aire distinguido a su corta estatura física. En lo intelectual y espiritual una persona encantadora que me hablaba con sincero afecto. Yo lo escuchaba siempre y a veces le tiraba un poco de la lengua. Entonces se ponía a cantar, muy bajito y bien entonado, el célebre chotis de la famosa cupletista Olga Ramos, que decía: «¡Ay Cipriano, Cipriano, Cipriano, no bajes más la mano, no seas exagerao, ¡Ay, ay, ay, mírame pero no me toques!». Y se marchaba sonriendo, feliz.
«Convino Fuster filosóficamente y aceptó el orujo del Bierzo helado que le ofreció Carvalho.
– Piérdete en el Bierzo un día, Enric. Es una región mágica que a veces desaparece sin que nadie se dé cuenta». Así lo contó Manuel Vázquez Montalbán en Los pájaros de Bangkok, de 1983.
«Bilorta que bica na mao se esfurrica». Es decir: atadura hecha con paja o mimbres retorcidos en las manos se deshace si está apolillada. En Ancares y en la Somoza Berciana a la bilorta se le conoce como brincayo.
Con toda Burbialidad: Bouzas Pol, escritor.