[LA OVEJA NEGRA] La conjura de los necios o el triunfo de la sinrazón
(…) «Las cosas van a descarrilarse, descarrilarse en todas direcciones.
No habrá nada.
Nada que puedas volver a pensar con claridad.
Los lagartos, los lagartos en el mundo
Han cruzado el umbral y ha regresado la orden del alma» (…)
—Leonard Cohen, The Future
GERMÁN VALCÁRCEL | En esta cotidianidad de pesadilla en la que vivimos, para intentar comprender la transformación que se está produciendo ante nuestros ojos, debemos asumir que el orden jurídico y político en el que creíamos vivir ha cambiado por completo o, directamente, ya no existe. El mundo que conocimos está finiquitado; nuestra civilización da sus últimas bocanadas. El futuro llegó hace tiempo.
Nuestros dirigentes han decidido poner a la venta lo común, con todos nosotros dentro, todo a precios de saldo, como hacen los ladrones cuando venden a los peristas el fruto de sus botines. En este contexto, la ideología dominante —el neoliberalismo— adquiere la apariencia de un simple reflejo, único e irrefutable, del orden natural de las cosas. Una ideología que nos convierte en cómplices masoquistas de nuestra propia destrucción.
Es una de las consecuencias, quizá la más importante, de votar prescindiendo de criterios racionales y sustituyéndolos por emocionales. Para lograrlo, nos han atado a los medios de comunicación (más bien manipulación y adoctrinamiento) y a unas llamadas redes sociales, donde decenas de miles de desquiciados deshumanizados repiten y amplifican las consignas impartidas por los partidos y sus gabinetes de comunicación. Así, a base de miedo, impotencia, resignación, desaliento y amnesia, aceptamos el cruel destino que han decidido para nosotros: un destino en el que se acabaron las viejas ideas solidarias, donde desaparecen las contradicciones entre opresor y oprimido.
Han logrado convencernos de que el capitalismo triunfa en todas partes porque responde a la naturaleza profunda del ser humano, y que la injusticia es una fatalidad inevitable. Así nos lo explican los apóstoles y voceros del neoliberalismo, esa ideología que, si la especie humana sobrevive, figurará en lugar preeminente en la historia universal de la infamia.
Seguir instalados en el sistema capitalista —extractivista, consumista, fosilista y productivista— y en un modelo económico basado en el crecimiento perpetuo, mientras se habla de sostenibilidad y lucha contra el cambio climático, no es más que una fabulación onírica y un autoengaño.
Las reacciones provocadas por un hecho tan menor como fue el apagón nos demuestran que no tenemos derecho a la esperanza: nadie está dispuesto a escuchar las auténticas razones del mismo. Las explicaciones que ofrecieron científicos e intelectuales como Antonio Turiel —quien había advertido repetidamente de lo que ocurriría—, Antonio Aretxabala o Alicia Valero, entre otros, han sido ahogadas en el océano de falsificaciones, medias verdades y mentiras del relato dominante.
Como siempre ocurre, con casos similares, casi nadie ha querido mirar las verdaderas causas. Se recurre a los mismos parches y soluciones que nos trajeron hasta aquí: desde quienes quieren volver al carbón —sí, incluso en esta comarca—, hasta los defensores de la energía nuclear —la derecha al completo y algunos sectores comunistas y socialistas—, pasando por los creyentes tecnólatras del “algo inventaremos”.
Tampoco puede pasar desapercibida la escasa presencia en este debate del movimiento ecologista institucional. A pesar de la urgencia, han renunciado a dar la batalla cultural, dejando espacio a quienes distorsionan la ciencia a través de filtros ideológicos. En el Bierzo, el silencio de los ambientalistas ha sido tan absoluto como patético. No sorprende a quien conozca el páramo intelectual y el cementerio político-social en que se ha convertido esta comarca.
El activismo debe ser algo más que una actividad narcisista y economicista
No creo que, con el apagón, hayan asumido que no hay transición energética sin materiales y que no hay materiales sin saqueo. Nunca lo mencionan en sus comunicados. Quizá porque, como me dijo uno de sus “popes” locales: “la gente no está preparada para escuchar esas cosas”. Tal vez por eso solo se les oye cuando les estropean o afean sus lugares de negocio. No es casualidad: el turismo y la agroindustria han colonizado al ecologismo local.
Pero más temprano que tarde tendrán que asumir que la única manera realista de enfrentarnos a la crisis civilizatoria y al colapso sistémico —ya en marcha— es cambiar de modelo. Y hacerlo con rapidez. Hay que empezar a decir, sin complejos, que el decrecimiento no es una opción ideológica, sino una necesidad física. Según cómo se gestione, podrá ser justo y equitativo o derivar en el horror de un ecofascismo inhumano y cruel.
Tal vez, si pusieran la misma pasión en explicar a la ciudadanía la grave situación ecológica, energética y climática que en sabotear cualquier intento de movimiento crítico, podrían tener algo de credibilidad. Convertir la vía jurídica —que tiene un recorrido limitado, aunque rentable para algunos despachos— en única forma de resistencia tampoco ayuda. Lo ocurrido con la cementera de Votorantim en Toral de los Vados, o con la Asociación de Vecinos de Compostilla —“asesorada” por una ONG ecologista— en el caso de la central de calor, debería servir como advertencia: el activismo debe ser algo más que una actividad narcisista y economicista.
Para cerrar esta columna, permítanme una reflexión y un agradecimiento personal. Llevo meses sin acudir a la cita semanal que, durante casi dos décadas, mantuve con mis lectores. Era necesario. Mi salud mental estaba dañada. Las sucias y fascistoides campañas de acoso, derribo y cancelación emprendidas por personajes que se sintieron aludidos por mis críticas —en un entorno tan cerrado como el Bierzo— hicieron mella en mí.
Lo más repugnante y doloroso no vino de la extrema derecha, sino de quienes se autodenominan “progresistas” o “ecologistas”. Nos equivocamos si pensamos que las actitudes fascistas, totalitarias o matoniles solo anidan en la extrema derecha. Como bien denuncian las feministas no solo se agrede con violencia física. El acoso moral y la cancelación son una forma de violencia.
Tras más de cinco décadas de activismo político, decidí dar un paso atrás. Intentaré retomar la actividad poco a poco. No será fácil: ni por el momento histórico, ni por mi edad o mis fuerzas, ni por el medio podrido que es la sociedad berciana, donde las élites políticas, empresariales, culturales y periodísticas controlan vidas y haciendas, premiando y castigando según convenga a sus intereses. Los movimientos sociales locales y el llamado tercer sector, diseñados para sostener el statu quo caciquil y clientelar no ayudan. El caso del movimiento vecinal, hoy reconvertido en negocio para organizar fiestas, eventos y viajes, es ilustrativo.
Si algo he aprendido en este periodo de reflexión es a no volver a perder el tiempo ni discutir con quien ya decidió no entender. Donde no hay deseo de comprender ni de debatir, solo habita la envidia de la mediocridad. También he comprendido que escribir y publicar —especialmente columnas de opinión— es un acto profundamente político. Dejar de hacerlo, autocensurarse, también lo es.
Quiero terminar agradeciendo a mi familia y a un reducido grupo de amigas y amigos, al apoyo, cariño y cuidados, recibidos durante este oscuro y difícil periodo, han sido fundamentales para ayudarme a recuperar fuerzas.

Alto Bolivia | G.V,