La guerra de las mujeres (II)
No todas las mujeres
están dormidas,
no todas palidecen entre muros
de adobe o se consumen
en carros chirriantes a la zaga
de un ejército.
No todas las mujeres
están dormidas,
no todas palidecen entre muros
de adobe o se consumen
en carros chirriantes a la zaga
de un ejército.
Sobre un flaco caballo
y cubriendo sus hombros
con un manto raído
entró el primero en la ciudad rendida.
A cual con más ingenio se provocan.
Si el uno dice beberé tu vino,
el otro le replica que ya antes
tuvo esclavos ladrones.
¿Qué visillo no puede
deslizarse sin ruido,
qué lámpara no vela
una intención oscura,
en qué bolsa no cabe
la ambición, en qué manto
de pliegues inocentes
no se oculta una daga?
Si mañana…
está diciendo cuando la que lleva
atado al cuello un saquito
le pone un dedo dulce
sobre los labios.
Cuando llega el momento
de partir a la guerra,
el hombre ensilla su caballo y pasa
miedo y, para alejarlo, piensa: Pronto
adornarán mis hijas su juventud con flores
de estos campos, con vino
de estas cepas celebrarán sus bodas.
Este que anda a la guerra en defensa del amo
no vale más que un perro:
qué pronto olvidaremos su fidelidad y su arrojo.